Resulta un lugar común afirmar que durante los últimos treinta años, las
migraciones internacionales han experimentado un renovado y acelerado incremento,
particularmente los flujos de personas que se dirigen hacia naciones y regiones que
demandan trabajadores tanto de escasa calificación como de alta especialización. Las
migraciones laborales de finales del siglo XX y principios del XXI, a la par que han sido
incentivadas y reorientadas por las transformaciones en la localización sectorial y regional
de los capitales y las inversiones, se han acelerado con la innovación y abaratamiento de las
comunicaciones y los transportes que facilitan los desplazamientos de las personas.
A pesar de ello, la gestión contemporánea de la movilidad humana a través de las
fronteras manifiesta una exaltada orientación de seguridad nacional, con mayor énfasis
después de Septiembre 11 de 2001. Las políticas migratorias crecientemente restrictivas al
ingreso de las personas a través de las fronteras internacionales, que incluso han derivado
en la construcción de nuevos obstáculos físicos (muros y bardas o vallas), no sólo han
afectado las condiciones habituales en que ocurría esa movilidad, sino que alteraron la
dinámica de movimiento de las poblaciones que residen en los territorios limítrofes
fronterizos y las relaciones transfronterizas establecidas en los ámbitos locales.
|